Una enfermedad bastante común de la que
se sabe muy poco
Personalidades del mundo de la política o el arte, como Winston Churchill o Marilyn Monroe, la sufrieron alguna vez, pero lograron superarla, haciendo escuchar su voz ante grandes audiencias. Estamos hablando de la tartamudez o disfluencia, uno de los trastornos del habla más comunes, que, de forma errada, tiende a ser asociada con problemas de carácter cognitivo.

El tartamudeo, básicamente, afecta la fluidez para pronunciar, provocando que el hablante articule sonidos más largos de lo usual, repita algunas palabras o sílabas, le cueste comenzar palabras nuevas o se ponga tenso. Estas breves interrupciones pueden ir acompañadas de pestañeos o leves temblores en los labios, y causan frustración y tensión en los hablantes.
 
  Si bien personas de todas las edades pueden sufrir tartamudez, son los niños de entre seis y doce años los más propensos. De este último grupo, los niños varones tienen tres veces más posibilidades de contraerla que las niñas, por razones que se desconocen. No obstante, la gran mayoría de casos pueden ser tratados con éxito.

Existen diversos tipos de tartamudez: La más común es la “disfluencia normal”, que se produce entre los niños de dieciocho meses y seis años, cuando su aparato fonador no está del todo preparado para articular el total de ideas que su cerebro procesa. Este tipo no sigue un patrón fijo, o sea, se puede producir en una situación determinada sin necesidad de que se vuelva a repetir.

 



La siguen la disfluencia leve y la grave, que sí se presentan en situaciones determinadas. Estas se diferencian en que la primera se produce en un menor número de oportunidades (al hablar en clase, por ejemplo); mientras que la segunda, prácticamente, siempre que la persona quiere tomar la palabra. La disfluencia normal es un desorden pasajero.

Sin embargo, la leve y, sobre todo, la grave requieren un tratamiento que permita al niño o joven recuperar la fluidez. El profesional encargado de ver esta clase de trastornos es el logopeda.

Él revisará el caso y determinará cuál es el tratamiento apropiado. Generalmente, realiza sesiones individuales para ir dominando el problema, que deben ser complementadas con ejercicios para la casa.

Asimismo, es necesario que los padres y los maestros modifiquen el entorno en el que se desenvuelven los pequeños, tratando de exponerlos lo menos posible a situaciones en las que puedan ponerse tensos o nerviosos, ya que la idea es que se sientan cómodos y relajados. Igual de importante es no corregirlos si se traban ni exigirles una respuesta rápida; hay que dejarlos hablar con tranquilidad y prestarle mayor atención a lo que quieren decir; no a la forma como lo dicen.

Fuente: Pacífico Seguros
 
 
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